Por Alexandra Molina
Gracias a mujeres como Sojourner Truth (Isabella Van Wagenen) una afroamericana que luchó por la causa abolicionista, como Susan B. Anthony, Annie Kenney y Christabel Pankhurst que combatieron por nuestra participación política en los tiempos en que el sufragio era solo cosa de hombres, como Simone de Beauvoir que habló de la construcción de nuestras subjetividades como mujeres, como Diana Russell y Jane Caputi quienes redefinieron el término feminicidio pensado en abordar las violencias hacia las mujeres por su condición de ser mujeres.
Gracias a mujeres como Sojourner Truth (Isabella Van Wagenen) una afroamericana que luchó por la causa abolicionista, como Susan B. Anthony, Annie Kenney y Christabel Pankhurst que combatieron por nuestra participación política en los tiempos en que el sufragio era solo cosa de hombres, como Simone de Beauvoir que habló de la construcción de nuestras subjetividades como mujeres, como Diana Russell y Jane Caputi quienes redefinieron el término feminicidio pensado en abordar las violencias hacia las mujeres por su condición de ser mujeres.
O, adentrándome
en nuestros territorios, gracias a la memoria de mujeres como Gregoria Apaza y
Bartolina Sisa que peleaban junto a los rebeldes incas Túpac Katari y Túpac
Amaru y encaraban decisiones políticas y militares. Gracias a Paulina
Luisi y Bertha Lutz por sus
movilizaciones por nuestros votos en Sur América, gracias al trabajo inspirador
y de conciencia de Julieta Paredes en Bolivia, actual en tiempos y luchas
feministas decoloniales desde nuestro sur-global, gracias a todas quienes desde
una búsqueda de justicia, reivindicación, inclusión y pensamiento propio, han
peleado porque desde este este continente podamos ser en nuestra calidad de
humanas.
Ellas y muchas
otras han cumplido un papel imprescindible para que la marcha de la historia
emprenda hacia la autonomía, la emancipación, la justicia y la equidad. ¿Son
ellas las indispensables? Sí, ellas, cuyo pensamiento y acción fueron el resultado
de un gran caldero de movilizaciones, de preguntas que sintonizaron hacia el
camino dificultoso de alzar la voz y el puño trabajando para acabar con la
opresión, la violencia, la discriminación, la inequidad. Ellas fueron una parte
de lo que se venía gestando a partir de la rabia organizada, desde abajo, desde
la convivencia en un lugar y tiempos cuyas aguas empezaban a heder, a doler.
A ellas gracias
por la bandera entregada a mí y a cada
una de nosotras que quedamos, que persistimos porque el mundo sigue hediendo: en
menos de dos semanas supe de tres casos aberrantes de asesinatos a mujeres por
su condición de ser mujer. Tres se dieron en el Meta, lugar que hasta hace poco
era desconocido para mí y hoy es mi hogar. Una de ellas fue desmembrada y abandonada
a orillas del caño Parrado en Villavicencio, la otra fue encontrada en un
baldío en la vía que de la misma ciudad conduce a Restrepo. El tercer caso
sucedió el año pasado y los padres fueron encontrados culpables hace una
semana: se trata de una bebé que fue asfixiada por ellos, la asesinaron por no
haber nacido varón.
Me sorprendo,
me confundo, me revuelvo en un no saber estar, no saber hablar, no saber ser.
Soy el resultado de este tiempo. Soy parte de un todo que exige, se revuelve,
reexiste. Entonces me recuerdo que decididamente todas debemos ser incansables
y fuertes. Es aquí donde no me permito, no nos permito sucumbir. La furia, el
dolor y la desesperanza se combaten escuchando y hablando, vaciándonos en los
oídos cálidos de quienes tienen inquietudes y combates similares. Ahí, una vez
centradas, una vez aliadas, podemos actuar por las demandas que lustros tras
lustros nos han obligado a marchar, a resistir, a escribir, a movilizarnos a
cambiar el estado de las cosas.